Esta frase encabeza uno de los capítulos del libro que ha escrito Emilio del Rio dentro de un género en alza que consiste en autoayudarse a través de la lectura de los clásicos aplicando sus pensamientos a la vida ordinaria: La vida es compleja, llena de desafíos e incertidumbres, con situaciones muy dolorosas y complicadas, pero también con momentos de alegría y belleza. Los clásicos grecolatinos nos invitan a encontrar esa belleza en lo cotidiano, a vivir plenamente y a buscar el lado positivo de la vida, como nos recuerda el famoso Carpe diem de Horacio [Odas, 1,11].

Carpe diem es uno de los tópicos literarios más usados a lo largo de los siglos como locución latina en la literatura universal. El mensaje, en términos generales, es aprovecha el tiempo, si lo miramos desde la época medieval porque la vida es breve y pronto llegará la muerte. En el Renacimiento se cambia la muerte por el envejecimiento; el Barroco vuelve al tema de la muerte. Como dice Quevedo en el soneto Amor constante más allá de la muerte, pero en un breve parafraseo: incluso mis cenizas seguirán enamoradas de ti. Muchos escritores han plasmado este tópico literario como diciendo -más o menos- lo que no disfrutes hoy no lo disfrutarás nunca.

Es el mensaje de La Celestina de Fernando de Rojas, que se asemeja al que se quiere ofrecer a la juventud actual para que lo viva sin pensar. Incluso se llegó a decir que si te pasas en la vida loca: serás un cadáver joven y bello [No dijo James Dean esta frase, aunque sí fue aprovechada para incluirla en una biografía sobre los intensos 24 años del actor]. El libro que comentamos es diferente.

A lo largo de los 42 capítulos se ofrecen ejemplos prácticos para demostrar que carpe diem es todo lo contrario de lo que aparece como opinión generalizada. Aprovecha tu tiempo para ser mejor, para que tu vida tenga sentido, para ayudar a los demás, digamos que para ser feliz sin espejismos para volverse loco y ser un cadáver: lo de bello es pura literatura.

Como se dice en el foro de Nueva Revista: Centrándonos en Virgilio y La Eneida, «el mensaje que transmite es claro», afirmó el ponente: «Eneas tiene una misión y todos tenemos un deber como ciudadanos. Una civilización se deshace cuando se pierde el sentido de la misión, del deber como ciudadano. Eso es Virgilio y el gran mensaje de su obra». […] Hablando de géneros literarios, Emilio del Río afirmó defender la autoayuda… como Séneca, como Marco Aurelio, como Cicerón, «un tipo que había sido todo en Roma y al final de su vida, ¿qué escribe? Autoayuda. Un tratado maravilloso sobre la amistad y otro sobre la vejez. Lo que pasa —admitió— es que en este mundo del bienestar emocional se viene colando mucho charlatán. Yo les llamo homeópatas del alma, porque proponen soluciones simplonas a problemas complejos. Los del “querer es poder”, “sal de tu zona de confort” y “la gestión del cambio” parecen que acaban de inventar la rueda… Hombre, no». […] ¿Quién sería un buen político en o para nuestros días? «Demóstenes, porque avisó del peligro de no defender la democracia», respondió Emilio del Río. Más allá de para la vida interior, los clásicos enseñan también para la vida en común. «Ellos ya advirtieron de la fragilidad de la democracia: hay que cuidarla. […] «Yo siempre digo —comentó Emilio del Río— que ¿para qué repetir los errores de siempre si podemos cometer otros nuevos? Los clásicos son maravillosos porque, además de servirnos para la vida y para el presente, nos ayudan a afrontar el futuro. ¿Por qué? Porque despiertan la imaginación.
Pero volvamos al tema de implicarnos en el bien común. Para argumentarlo hay que situarse en el estoicismo pero en su auténtico mensaje: No es cierto que los estoicos ni los clásicos en general promovieran la idea de vivir como ascetas, ermitaños, faquires o sadhus (los ascetas hindúes) para ser felices. ¡Nada más lejos de la realidad! Los estoicos como Marco Aurelio o Séneca, y los clásicos en general, desde Aristóteles a Cicerón, nos enseñan que la verdadera felicidad se encuentra participando en las cosas comunes, formando parte de una comunidad activa, no viviendo encerrado en una cueva. Ya dijo Aristóteles que el hombre es una animal social, tiene que ser parte de la vida pública. El animal político no puede vivir en soledad.

Cómo dice Cicerón: ¿Para qué voy a detallar la multitud de habilidades sin las que no se podría vivir? ¿Quién socorrería a los enfermos? ¿Quién proporcionaría alimento o vestido? Sin vida comunitaria no podrían edificarse ciudades ni habitarse. Por eso, una vez establecidas leyes y costumbres, surge una equilibrada distribución del derecho y una cierta disciplina en el modo de vida. Sin la ayuda de otros nada podremos conseguir. Pero como bien señala Cicerón lo privado es también muy importante: hay que garantizar la propiedad privada. De nuevo Cicerón: Quienes quieren ser populares piensan que hay que condonar a los deudores los préstamos recibidos; estos arruinan los cimientos de la república. Si a cada uno no se le permite tener lo suyo se pierden primero la concordia (que no puede existir cuando a unos se les quita el dinero y otros se les condona la deuda) y después la equidad. Me gustaría que lo escucharan algunos ministros del ramo pero…
No se puede uno quedar -sigue diciendo Emilio del Río– de brazos cruzados velando únicamente por tus propios intereses: Nos necesitamos los unos a los otros. Colaborar no es solo un imperativo moral o un mandato social: es una necesidad básica para el éxito —ya sabes que insisto siempre en que el éxito está en las pequeñas cosas, que huyo de esa idea que nos venden algunos del superéxito— y la felicidad. Trabajar juntos nos ayuda a superar los desafíos, a aprender de los demás, y nos da la satisfacción de sentir que formamos parte de algo más grande que nosotros mismos. Es decir, nos hace felices.

De ahí el título de esta entrada: ser un individualista es ser un tonto, un idiota, un pobre infeliz. Un consejo de los últimos capítulos, ¡repasa cada día lo que has hecho!: Es muy bueno lo que aconseja Séneca. No se trata de fustigarnos por lo que no hemos hecho bien, sino de aprender y mejorar para el día siguiente. Si nos tomamos un momento para observarnos con honestidad y sin trampas, nos daremos cuenta de lo que nos ha apartado de la serenidad y de cómo encauzar nuestros actos y nuestra vida.


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