El periodismo del 27 con Chaves Nogales (1941) : Francia prefiere ser derrotada antes de la derrota(13)

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Periodismo literario (16)

Se acaba de publicar Águilas y colibríes, un libro donde se recogen las experiencias de 32 periodistas de 16 países europeos que tienen en común haber apostado por la innovación, la sostenibilidad y la misión de servicio. José Alberto García Avilés, el autor, es catedrático de la Universidad Miguel Hernández.

«Sólo los periodistas enamorados salvarán el periodismo» dice el autor.

A través de este libro quiere recuperar la ilusión ante el desánimo del panorama profesional periodístico: En estas entrevistas he encontrado una visión esperanzada e ilusionante. No son ingenuos, conocen perfectamente la situación, que es complicada, pero tienen respuestas y están poniendo en marcha iniciativas que merecen la pena.[…] Las herramientas de IA nos van a descargar de trabajo rutinario y nos van a dar posibilidades de narrar de muchas formas diferentes, van a permitir ajustar los contenidos para que sean muy personalizados según los gustos del usuario, etc. La clave es experimentar en equipo y colaborar. […] Me parece que los periodistas somos muy buenos a la hora de explicar las cosas y decirle a la audiencia lo que importa, lo que deben saber, pero no somos tan buenos, o somos más bien bastante malos, a la hora de escuchar a las audiencias. Sin duda hay que aplicar una primera solución: leer y aprender de Chaves Nogales en sus reportajes y en sus crónicas. Segunda solución: leer la antología personal de Julio Camba que acaba de editar Francisco Fuster en editorial Cátedra. Esto dijo Camba en la introducción a su primera edición: En último término se seleccionan las peores y se descartan, se hace una segunda selección, que es descartada a su vez, y se continúa así hasta que, descartado ya todo lo descartable, no le queden a uno en la mano más páginas que las estrictamente necesarias para formar un volumen. Entonces se cogen estas páginas, se ordenan y se le presentan al público diciéndole:

He aquí mis páginas mejores. Las otras son también bastante buenas, no se vayan ustedes a creer. Tienen forzosamente que ser buenas porque lo mejor solo puede salir de lo bueno, pero estas les dan ciento y raya a todas las demás, y yo me apresuro a ofrecérselas a ustedes ahora en este tomo para solaz y edificación de su espíritu.

De lo mejor de la literatura periodística del siglo XX: Nueva York como homenaje.

El segundo de los textos que hemos antologizado del libro La agonía de Francia es muy lúcido al tiempo que sobrecogedor. Nos hace pensar en cómo es nuestra actitud ante las guerras que se están produciendo a finales de junio de 2025. Si nuestra actitud es egoísta y bunkeriana, tal y como relata Chaves Nogales de los franceses, estamos derrotados de antemano sin saber siquiera en qué bando luchábamos.

Mirar comodamente la situación pero con la despensa llena por si acaso.

El egoísmo de los ciudadanos

Bajo esta máscara del servicio y del heroísmo presunto, que había copiado de nazis y fascistas, Francia conservaba todos los vicios de un individualismo exaltado. Cada ciudadano ponía todo su talento y su diligencia en filtrarse por entre los engranajes del Estado, que amenazaban con triturar su bienestar, para colocarse egoístamente en la posición más cómoda que le permitiese presenciar la guerra sin sufrir directamente sus efectos. Desde el soldado que estaba en la trinchera hasta el ministro y el general y el banquero y el gran industrial, todos se esforzaban por instalarse lo más cómodamente posible en la guerra como si no se tratase de ganarla afrontando valientemente los sufrimientos que impusiera, sino de hacerla soportable, de aguantarla indefinidamente con la menor molestia personal posible. Todo el mundo quería hacer la guerra sentado en una cómoda butaca. El fenómeno curioso era que todas las gentes que hurtaban el bulto y que ni siquiera prestaban la mínima asistencia de su confianza al gobierno, tuvieran, al menos aparentemente, cierta fe en el Estado, estuvieran convencidas de que la guerra se podía ganar automáticamente. Para ellas no había duda. Ese Estado, al que ellas no ayudaban y al que incluso combatían individualmente, ganaría la guerra al final. En Francia existía el fetichismo de la Administración. Todo el mundo, aunque la criticase, tenía una fe ciega en ella. Era curioso ver cómo el francés, que despreciaba a sus estadistas, se burlaba de sus generales, trataba de ladrones a sus financieros y de vendidos a sus publicistas, tenía en cambio una fe inalterable en ese oscuro burócrata, en el hombre malhumorado y grosero de la ventanilla que personificaba el mito de la Administración. Se creía a pie juntillas que la guerra la ganaría la Administración, que para el ciudadano francés era una especie de ogro inteligente y voraz al que había que alimentar copiosamente a cambio de lo cual se estaba relevado de todo esfuerzo personal, de toda colaboración y de toda solidaridad con el Estado. El problema individual de cada ciudadano no era otro que el de esquivar en lo posible con declaraciones fraudulentas los zarpazos del ogro de la Administración que, cuando no se le burlaba, se quedaba entre las uñas con la parte del león en los beneficios de cada cual. Cuando estalló la guerra el ogro tuvo que enfrascarse en ella y los ciudadanos se dedicaron alegremente a escamotearle las contribuciones que le debían. Desde el primero de septiembre el ciudadano francés procuró ante todo eludir el pago de sus impuestos. La guerra, que podía exigir nada menos que la vida, debía servir siquiera para eludir o aplazar el pago de otras deudas menores. En París, como primera medida, las gentes se pusieron tácitamente de acuerdo para no pagar la renta de las casas y, como es natural, los propietarios dejaron automáticamente de pagar sus contribuciones. Cuando llegó el 15 de septiembre, fecha en que tradicionalmente se paga el trimestre de los alquileres, los propietarios de casas de París no vieron un solo céntimo. No era cosa de pagar la renta de una casa que no se sabía si los aviones alemanes destruirían al día siguiente. Así empezó a forjarse aquella mentalidad catastrófica que, efectivamente, ha llevado a Francia a la catástrofe. El gobierno no acertó a cortar con eficacia esta grave perturbación económica que se iniciaba.

Tímidamente intentó una reglamentación comprensiva a base de una casuística complicadísima. El resultado fue que el que no cobró sus rentas fue el Estado mismo y que la economía general se encontró hondamente resentida. Por ejemplo, los propietarios que no cobraban la renta, no suministraban, naturalmente, la calefacción central estipulada en los contratos. Cada inquilino tuvo que montar y alimentar un sistema de calefacción individual en su cuarto, cosa que indudablemente resultaba más económica para él que pagar la renta, pero en cambio cuando llegó el mes de enero los parisienses empezaron a quedarse sin carbón porque con el régimen anárquico que se había instaurado, en cada edificio de París se consumía el doble o el triple del carbón que antes se necesitaba con la calefacción central. Así fue poco a poco desorganizándose la vida nacional y preparándose fatalmente el advenimiento de la catástrofe.

En Francia, teóricamente, nodebía haber faltado nada. Los abastecimientos, incluso de productos importados, estaban asegurados con largueza. Pero bastaba que intencionadamente se lanzase el rumor de que iba a faltar el café o el azúcar para que inmediatamente cuarenta millones de franceses se apresurasen a hacer un stock individual de unos cuantos kilos del producto que se temía llegase a faltar y, como es lógico, el producto en cuestión faltaba inexorablemente. El gobierno tenía que forzar las importaciones para compensar las cien mil o doscientas mil toneladas sustraídas del mercado en una hora por el egoísmo individual, y la normalidad de los abastecimientos no se restablecía hasta que todos los franceses tenían escondidas cantidades de azúcar o café bastantes para su consumo durante medio año.

Búnker lleno de alimentos. ¿Cuándo salir y para qué?

Cuando los alemanes hayan llegado a París y hayan vaciado los almacenes y las tiendas aún podrán hacer grandes stocks con los víveres que harán sacar del fondo de los armarios y de debajo de las camas. Para eso les habrá servido a los franceses su codicia que tantos quebraderos de cabeza daba a su gobierno.

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