‘La verdad no es una creación humana, sino un descubrimiento’

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dice J.J. Sanguineti

Según el DLE, la historia es la «disciplina que estudia y narra cronológicamente los acontecimientos pasados». Es decir, se trata de estudiar los hechos que realmente han sucedido a través de las huellas -cuanto más atrás en el tiempo menos huellas- que han dejado esos mismos hechos en los más diversos soportes.Pero es imprescindible preguntarse: ¿cuál es la finalidad de la historia? La historia nos enseña a reconocernos como personas, a vivir como seres humanos. Pero las finalidades del quehacer histórico, según el profesor Nicolás Álvarez de las Asturias, también pueden ser otras: La historia, ¿no puede servir también para otras cosas? ¿Para legitimar o desacreditar, por ejemplo? Si la historia es importante para el presente, dominar la historia se convierte en un instrumento de poder no desdeñable. Incluso he leído en estos últimos días que alguien que ha sido nombrado para dirigir una importante comisión comenta en su tesis doctoral que quien controla el presente está controlando el pasado. Incluso se puede intentar hacerlo a través de leyes. Aunque es importante tener en cuenta que para hacer historia de hechos recientes se necesita una cierta perspectiva que permita aplicar la metodología científica adecuada. Dicho de otra forma, que pase un periodo de tiempo para que el agua de la distancia redondee las piedras de los hechos.

Continuando con este tema, Luis Martínez Ferrer dice: En efecto, la historia se ha reivindicado siempre como el antídoto contra lo fantasioso o legendario; contra toda aquella consideración crédula del pasado que admite como realmente sucedido lo que nunca pasó. Para ello, la historia adopta el método crítico, sometiendo las informaciones recibidas del pasado a una potente criba, para la que se sirve de diversas disciplinas auxiliares, como la paleografía o la diplomática, entre otras. También comenta en este artículo algunos argumentos que señala el profesor Eutimio Sastre sobre la metodología histórica. La búsqueda de la verdad, que debe ser la finalidad de la historia, puede estar entorpecida por algunos posicionamientos previos sobre el propio quehacer del historiador/a. En primer lugar, considerar que no es posible conocer los hechos sino que el historiador/a únicamente los interpreta. En segundo lugar, el hecho de considerar que los hechos fueron los hechos y el historiador/a los contamina. En tercer lugar, nos encontramos con la metahistoria que consiste en contar los hechos o más bien construir un relato de estos hechos -terminología la de construir un relato muy utilizada en el mundo del marketing actual especialmente por el marketing político-. La verdad de los hechos puede verse, con esta metodología, sometida a falsificaciones premeditadas. De esta forma queda preparado el último enmascarador previo de los resultados históricos que consiste en utilizar la historia -su falseamiento claro- como instrumento de un sistema ideológico: Eterna tentación del poder político, ideológico o religioso es hacer de la historia un arma, un llamamiento moral, en donde la verdad es recreada, enmascarada o sublimada. Un arma para maquillar cualquier elemento negativo de una institución, fomentando ideales, buscando chivos expiatorios.

Vienen a cuento, por tanto, estas palabras del profesor Álvarez de las Asturias: En la medida en que el discurso histórico se basa en el análisis crítico de las fuentes, este puede ser evaluado. En efecto, no toda reconstrucción histórica vale lo mismo. Caer en una suerte de “escepticismo histórico” porque se nos ofrecen “versiones distintas” de los mismos acontecimientos o periodos de la historia no es signo de prudencia, sino de pereza intelectual. El rigor con que se sigue o no el método histórico, la capacidad de justificar más o menos las propias valoraciones en lo que expresan las fuentes y el conocimiento amplio y de primera mano de estas, dan a cada contribución su valor propio. Es decir, que el trabajo del historiador puede distinguirse del propio de quien todavía hoy construye leyendas. [… ] A mi juicio, la ética del historiador se articula entre tres ejes: la búsqueda de la verdad y la paciencia. Por el primero, se huye de toda tentación de “dominar el relato” para así defender o criticar lo que del presente me gusta o desagrada. La verdad siempre libera y cualquier servicio a la verdad es servicio al hombre. [El tercer eje es la serenidad para buscar respuestas sin apresuramiento].

Pereza intelectual

No conviene olvidar que el historiador/a, utilizando metodologías adecuadas y contrastadas, es el que hace la historia como disciplina.Y por tanto la conocemos a través de los historiadores. Sin su trabajo no hay historia. Es necesario insistir, según el profesor Martínez Ferrer, en que el fin del trabajo historiográfico es conocer la verdad de los hechos para que todo el conjunto social pueda tener una memoria fiable construida no sobre sistemas, sino sobre realidades.

Sin embargo, Álvarez de las Asturias advierte desde la perspectiva de la historia de la Iglesia Católica lo siguiente: De este modo nos encontramos en la modernidad con una realidad ambivalente: la crítica razonable de lo tomado por cierto en el pasado, con un empeño notable por purificar el conocimiento histórico y la construcción de relatos intencionadamente parciales del pasado, para debilitar determinadas instituciones: es el caso de la Iglesia y el imperio español, por poner los dos ejemplos más significativos. Que este nuevo tipo de leyenda surja en una época de altas pretensiones científicas, aparte de su carga de ironía, nos previene respecto a su sofisticación. El avance del método y de las técnicas históricas permite hacer más creíble el relato falso y más difícil desmontarlo.

La guerra de los mundos, imagen de la adaptación radiofónica de Orson Welles.

Sobre esta cuestión volveremos en próximas entradas.

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