No pretendo referirme a ningún político con nombre y apellidos, únicamente a Richard Nixon al final del post. Técnicamente se empezó a hablar de este síndrome en los años setenta. Se decía también que afecta más a mujeres que a hombres: fenómeno de la impostora referido a profesionales que ejercían puestos de gran responsabilidad desde ministras a catedráticas, juezas, ceo, etc. Más o menos el tema, tanto para hombres como para mujeres, consiste en que a pesar de poseer un currículo destacado con premios, reconocimientos y logros profesionales, se sienten que, en realidad, son un fraude y que, por tanto, su impostura puede ser descubierta en cualquier momento. Según comenta Helena Farré Vallejo (cfr. https://www.aceprensa.com/sociedad/trabajo/el-sindrome-del-impostor-un-nuevo-fenomeno-cultural/) los estudios demuestran que no hay discriminación de sexos: Sin embargo, son numerosos los estudios que han demostrado desde la publicación de Clance e Imes –algunos coescritos por la propia Clance–, que este fenómeno no discrimina. Afecta a ambos sexos y se ve reflejado en una amplia gama de personas, de distinta proveniencia cultural, estatus socioeconómico y ocupación, desde estudiantes de universidad a médicos, marketing managers, docentes o ganadores de Oscars.
Lo que sí parece es que TiKTok e Instagram han contribuido al autodiagnóstico o al diagnóstico aficionado de los amigos/as: a ti lo que te pasa es que tienes el síndrome del impostor, rellena este test y lo comprobarás. Como sigue diciendo Farré Vallejo, según la psicóloga Isabel Rojas Estapé, en realidad el síndrome del impostor es un equivalente pomposo del concepto de no tener autoestima. En realidad lo que sucede es que según Rojas Estapé: Ahora mismo, hay una falta de autoestima brutal, sobre todo por el uso de las pantallas y las redes sociales. Por compararme, por estar constantemente mirando y teniendo inputs de personas a mi alrededor que son más listas, más guapas, mejores profesionales. La realidad es obviamente otra, pero de cara para afuera, hay ese showoff constante, y eso crea mucha inseguridad. En realidad mucha gente se siente insegura y vulnerable por unas cuestiones o por otras. Cuando lo más interesante sería aprovechar la inseguridad para hacer las cosas mejor, para aprender más, para ser útil y para ser casi insustituibles en el trabajo. Lo que se llama tener un capital laboral, que consiste en dominar un conjunto de destrezas valiosas y escasas en el mercado laboral. Es algo difícil de poseer y de alcanzar, sólo se consigue, según Carl Newport, con un gran esfuerzo de práctica deliberada, que consiste en una serie de actividades exigentes para mejorar en una determinada tarea; expresado por el propio Newport: “un método para desarrollar habilidades a base de esforzarse más allá de la zona de confort”, o como dice el Profesor Ericsson “una actividad dirigida, normalmente por un profesor, al único fin de mejorar efectivamente algún aspecto específico de la acción de un individuo”.
Pero la pregunta que encabeza este post es si hay algún político actual que se vea afectado por el síndrome de impostor. O sea que sienta que sus logros son pura propaganda, que en realidad no merece ningún elogio por sus éxitos o aparentes logros. Por mucho que le doy vueltas no encuentro ningún político con este problema. Más bien veo problemas contrarios de impostura real. Por presumir de lo que se ha hecho aunque no se haya hecho. Por atribuirse logros que no son tales o son de un equipo o directamente de otras personas. Por inflar currículos para aparentar que se ha estudiado mucho y que, por tanto, se está preparado para el desempeño de la función política. O sea, que más bien lo que se encuentra en política es a impostores de su propia realidad personal y curricular. Alguien que finge o engaña hasta que le descubren. Alguien que falsea aspectos de sus estudios o de sus desempeños profesionales.[Por ejemplo la reciente dimisión por plagio de Claudine Gay como rectora de Harvard, de ¿Harvard?. ¡Sí!] Alguien que está mintiendo. Alguien que merece lo que le dijeron a Nixon en aquella célebre portada:
Se suele hablar también de impostura por imputar acciones o delitos falsos para deteriorar la imagen del contrario político. Es posible que esta técnica consiga que se ganen unas elecciones pero será bajo las consecuencias del falseamiento y de la mentira. El mentiroso ya no encuentra paz, una vez que engaña. Una mentira es necesaria para apuntalar la siguiente mentira. El vértigo del engaño es una constante actividad desasosegante. Hay que trabajar mucho para que la mentira no estalle ante la verdad o ante la realidad de los hechos. El mentiroso es insaciable. La solución es dejarse llevar por más vértigo, más polarización, más odio hasta conseguir un odio exclusivista. Lo ideal es que el otro partido no exista, que los que no piensan igual no existan. Que solo exista el poder absoluto nunca comprometido, nunca exigido para rendir cuentas. Las palabras se retuercen en su significado para servir a la manipulación. El vértigo destructor lleva a la infelicidad personal del político: nada puede calmarlo. Más poder necesita más poder. El/la político/a soberbio/a y narcisista necesita que le digan que es un buen poeta como a Nerón, aunque apenas supiera rimar [ los investigadores están muy revueltos en la actualidad sobre qué hizo y no hizo Nerón].Al político -por cierto es un error: es mejor que te recuerden que eres mortal- le gusta que le digan que es un genio.Es más, que si realmente se hubiera dedicado a investigar tendría varios premios Nobel.Pero, en el fondo de su interior es infeliz. No está satisfecho: se sabe impostor aunque no tenga síndrome de tal.
Por cierto, al final Nixon dimitió por el caso Watergate. O sea por haber engañado y mentido. Estaba acorralado, pero todavía tenía un mínimo de ética: lo hizo el 9 de agosto de 1974.
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