La frase que antecede es de la escritora norteamerica Flannery O’Connor (Savannah, Georgia, 25 de marzo de 1925 –Milledgeville, Georgia, 3 de agosto de 1964). Descendiente de padres irlandeses practicó la religión católica a lo largo de su vida. O’Connor -en 2025 se han cumplido cien años de su nacimiento- está considerada unanimente por la crítica literaria como de vital importancia entre todos los escritores norteamericanos del siglo XX.

Con veinte años conoció -en la Universidad de Iowa- a numerosos escritores y críticos literarios. Amplió sus lecturas especialmente con escritores irlandeses y sureños. Un año después, con ventiún años, la acogieron en el Máster de creación literaria. Algunos de sus primeros cuentos fueron su tesis final de estudios en 1947. O’Connor escribió tres novelas -una de ellas sin acabar- y 31 relatos de imprescindible lectura. Como bien describe de forma sintética Sebastián Duarte Rojas: Casi siempre con muletas, muchas veces con el rostro hinchado y enrojecido por el lupus, desde los 25 años la gran escritora del sur estadounidense salió en pocas ocasiones de la granja que administraba su madre. Se despertaba con el canto del gallo e iba a misa; volvía a casa y trabajaba entre las nueve y el mediodía frente a su máquina de escribir; antes de dormir, leía sagradamente a Tomás de Aquino. Incomprendida todavía, ya sea por católica o por ser considerada racista, su obra posee una cualidad inusual: busca el misterio y la gracia a través de historias extrañas, graciosas, aterradoras y crueles, de esa crueldad que requiere atreverse a explorar lo humano y lo que esta más allá de nosotros. El lupus una enfermedad crónica, que hace que el propio sistema inmunitario ataque tejidos y órganos. Su padre murió de la misma enfermedad: en los hijos puede haber una predisposición genética. En aquellos años era incurable, en la actualidad se están haciendo progresos para suavizar los síntomas pero su diagnóstico es complicado y no tiene cura.

Desde la publicación del cuento El negro artificial se le acusa de racismo, aunque ella contrargumenta que todo el mundo habría utilizado dicha expresión y que, en el fondo, el cuento “hiere mucho más la sensibilidad de los blancos que la de los negros”. Duarte Rojas cuenta que: John Huston estrenó su gran versión cinematográfica de Sangre sabia -una de sus novelas- ; Cuentos completos (1971), que recibió el National Book Award, premio que raramente se entrega a un libro póstumo —en la ceremonia, Robert Giroux, su editor desde su primera novela, tuvo que defenderla de un escritor que cuestionó su calidad porque “era tan católica”, ante lo que él respondió: “No es posible encasillarla. Esa es la cuestión. (…) Si estuviera aquí te abriría los ojos. Te dejaría impresionado”—, y Misterio y maneras (1969), con charlas y ensayos desde su perspectiva de autora de creencia religiosa y situada en su contexto.

Dominar el arte literario para hacer un buen cuento es lo más difícil para un escritor o escritora. Como dice la misma autora: No obstante, he podido advertir que son las personas que carecen de tal don, las que, con mayor frecuencia, parecen poseídas por el demonio de escribir cuentos. Estoy segura que son ellas quienes escriben esos libros y artículos sobre “cómo se escribe un cuento” que tanto vemos por ahí. Un cuento es una acción dramática completa. En los buenos cuentos los personajes se muestran por medio de la acción, y la acción se controla por medio de los personajes. Y como consecuencia de toda la experiencia presentada al lector, la historia adquiere su significado. Por mi parte prefiero decir que un cuento es un acontecimiento dramático que implica a una persona, en tanto comparte con nosotros una condición humana general, y en tanto se halla en una situación muy específica. Los cuentos comprometen, de un modo dramático, el misterio de la personalidad humana. […] Un buen cuento no puede ser reducido, sólo puede ser expandido. Un cuento es bueno cuando podemos seguir viendo más y más cosas en él, y cuando, pese a todo, sigue escapándose de uno.
El cuento más conocido -tienen que leerlo- es el titulado Un hombre bueno es difícil de encontrar (1953). El cuento es muy violento -relata la masacre de una familia pero no se equivoquen es algo más, mucho más- con tintes perfectamente dosificados de humor negro como suele utilizar con frecuencia O’Connor, dentro de lo que la crítica literaria denomina gótico sureño. Esto dice Juan Carlos Galán en su blog: Una familia se encuentra en el transcurso de un viaje al Desequilibrado, un asesino que ha escapado de prisión. El Desequilibrado se muestra educado con la abuela egoísta y miserable que dialoga -más bien monologa- con él. Al tiempo el delincuente y sus secuaces van realizando su cometido. Las reflexiones filosóficas que acompañan a su terrorífico proceder me ha evocado por completo a Tarantino diez años antes de que el director de Pulp Fiction viera la luz.

Finalizo esta entrada invitando de nuevo a la lectura de Flannery O’Connor y reproduciendo algunas de sus frases que sirven para disfrutar y pensar: La verdad no cambia según nuestra capacidad para digerirla./La base del arte es la verdad, tanto en materia como en modo./ No te conozco, Dios, porque estoy en el camino. Por favor ayudame a empujarme a un lado./La convicción sin la experiencia conduce a la dureza./Generalmente, el Sureño es tolerante de aquellas debilidades que proceden de la inocencia.
Deja una respuesta