No sé lo que me pasa: pero algo me pasa.

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Estás trabajando en casa. Quizás teletrabajando. Te encuentras solo ante el ordenador. Hay varias posibilidades para la distracción. Una de las principales consiste en seguir las noticias que saltan en el ordenador. Algunas son muy relevantes. Por tanto necesitan bastante tiempo de lectura o de visión. Cuesta volver al teletrabajo. De pronto, llega el momento tentador de un descanso. Punzadas de hambre. Es necesario acercarse a la nevera y picotear. Coger el móvil o la tablet y echar un vistazo. Monologo interior del teletrabajador: ¿Y si veo un poquito de la serie que he empezado el fin de semana? Poco muy poco. Lo justo para llegar al final del capítulo y dejarlo enseguida. Pero, ¡Qué interesante! Luego sigo con otro pero solo con “otro”. Y de paso voy a echar un vistazo -también muy rápido- a mis redes sociales. No me quiero enganchar. Pero acaban de pasar casi dos horas. Ya es la hora de comer. Cuando coma voy a empezar a trabajar a fondo. [A este relato le podemos añadir apuestas y juegos online. Y por supuesto pornografía]. Desde los años 90 el mundo de la cultura está pornificado como bien analiza Helena Farré Vallejo: En una entrevista en 2021, la socióloga franco-israelí Eva Illouz afirmó que el atractivo sexual se había convertido en un criterio de evaluación autónomo respecto a los demás y que se debía precisamente a esta pornificación de la cultura. “A partir de los setenta, el capitalismo entiende que el mercado de los bienes materiales es limitado por definición —uno no puede comprar cinco neveras a la vez— y que lo único que posibilita un consumo infinito es el cuerpo y las emociones. (…) Hoy nos consumimos los unos a los otros, y mostramos el espectáculo de nuestros propios cuerpos a los demás”, afirmó Illouz. ¿Y dónde se expone y consume de forma primordial esta mercancía? En las redes sociales.

¿Se trata de una adicción lo que le pasa al personaje del que hemos relatado una de sus posibles mañanas de trabajo? Como dice Rafael Serrano: Durante mucho tiempo, “adicción” era casi solamente “drogadicción”. Pero en los últimos años han empezado a proliferar adicciones que no son a sustancias, sino a comportamientos, en especial con ocasión del uso excesivo de aparatos digitales. Son como efectos secundarios de una sociedad de abundancia y sobrestimulada.

Un tema importante consiste en no trivializar el término adicción. Como dice el Dr. Carlos Chiclana – en conversación con Rafael Serrano- es la ansiedad la que conduce a utilizar consumir, tener y ver. Si no se consigue llega el síndrome de abstinencia que obliga a recaer. Las ganas aumentan y las “cantidades”, para conseguir los mismos efectos iniciales, son cada vez más elevadas. La adicción acaba destruyendo la voluntad con unas consecuencias devastadoras para la familia, para el trabajo y para el mismo individuo. Como sigue diciendo el Dr. Chiclana es necesario “un entorno psicológico, familiar y social compejo” para que la adicción cuaje como tal. En definitiva, no es lo mismo realizar un uso exagerado, casi compulsivo de la droga digital para convertirse en un adicto. Pero se está tentando la suerte. Los psicólogos españoles José María Ruiz Sánchez de León y Eduardo José Pedro Pérez han llegado a la conclusión, por su parte, de que es posible recuperarse sin fármacos específicos. El cerebro vuelve a la normalidad cuando se abandona el hábito a través de la voluntad. Especialmente cuando los factores psicosociales de relación con la familia, con los amigos, con los vecinos y con los compañeros de trabajo vuelve a la normalidad. La soledad, con sus consecuencias negativas, ha perdido su fuerza destructora al atenuarse el egoísmo y la tristeza con la amistad y con la familia.

En defintiva, como dice Rafael Serrano, se están generando adicciones pero sin sustancias que provoquen la dependencia: Así pues, sin droga alguna, se puede desarrollar una adicción o una compulsión por causas psicológicas. Por otro lado, en una adicción comportamental no siempre hay una patología subyacente –como ansiedad o depresión–, pero la misma adicción puede provocarla.[…] Además de pornografía, el móvil sirve rápidamente juegos, apuestas, vídeos, curiosidades, compras, contactos, aprobación –o lo contrario– en las redes sociales, literatura erótica… (y también, naturalmente, comunicaciones necesarias e informaciones valiosas).

El asunto consiste en cómo conseguir templar los deseos de tener todo de forma inmediata. Sin ninguna tolerancia a la frustración. La molecula del placer, la dopamina nos hace buscar satisfacciones que en realidad no satisfacen: se quiere cada vez más. Como dice el Dr. Rojas: Hay que empezar por la autorrestricción, o apartarse de las tentaciones, dicho en lenguaje llano. “Nuestro equipo –dice el Dr. Rojas– sugiere que se haga un ‘parking de móviles’, empezando por los mismos padres, como ejemplo para sus hijos: es decir, dejarlos aparcados en un cajón, sabiendo las consecuencias que trae su uso excesivo”.

Rafael Serrano ofrece más soluciones: Hay más remedios. Por ejemplo, si el problema es el sexo o la pornografía, hay que destruir todo el material guardado, evitar las imágenes insinuantes, practicar el pudor… Si se trata de las apuestas deportivas online, hay que renunciar a ver competiciones, a la información de deportes, autoexcluirse de los sitios de apuestas. Otra estrategia que sirve para toda clase de compulsiones es llevar un registro del tiempo que empleamos en ellas, porque tendemos a minusvalorarlo, y saber cuánto es realmente funciona como un revulsivo y nos permite proponernos metas. También es eficaz ejercitarse en retrasar la conducta, para dar tiempo a que se atenúe el impulso sentido.

Como también refiere Fernando Rodríguez Borlado comentando un libro sobre Aristóteles: Se ha apuntado, con la mejor de las intenciones y bastante intuición, al papel que probablemente están jugando las pantallas (específicamente, las redes sociales) o la coyuntura política e incluso climática. No obstante, cada vez son más quienes sugieren que el origen del mal, y también su solución cabal, hay que buscarlo más en lo profundo. ¿Y si se trata de una crisis moral? ¿Y si, para salir de ella, no basta con “meter en cintura” a las tecnológicas, o concienciar a la propia juventud a base de charlas, o dotarla de más apoyo psicológico? ¿Y si el paradigma del éxito y del bienestar –aunque sea emocional– no es una base suficientemente sólida? ¿Y si hiciera falta recuperar el sentido “duro” de la educación ética; desenterrar el ideal, supuestamente rancio y desfasado, de la formación en virtudes? En el ámbito de la educación del carácter se está dando un cierto desacomplejamiento en este sentido. Cada vez hay menos “reparos” en hablar de virtudes, de moral, de bueno y de malo, no solo “diferente”. De hábitos que requieren esfuerzo pero que encaminan a la felicidad. De Aristóteles, ni más ni menos.

Y en caso de necesitar ayuda. Es necesario pensar en que es posible recuperarse de la adicción producida por estas conductas compulsivas. El método de Alcohólicos Anónimos, con su sistema de ayuda mutua, sigue funcionando.

Inprescindible la lectura del artículo de Rafael Serrano y de paso de cualquiera de los publicados recientemente.

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