Periodismo literario (14)
El texto que hemos seleccionado está recogido en el libro editado e introducido por Ignacio F. Garmendia En tierra de nadie. Garmendia es editor, articulista, poeta y crítico de literatura.

Ha editado la Obra Completa de Manuel Chaves Nogales en Libros del Asteroide. Como dice en el prólogo Patricia del Pozo Fernández, es una antología imprescindible [En tierra de nadie] para conocer lo que ocurrió en España y en Europa a través de la pluma de Chaves Nogales: Sin duda, una declaración de defensa de la libertad de pensamiento de quien fue un antifascista y un antirrevolucionario en los tiempos en los que había que estar obligatoriamente en un lado o en otro. Una época en la que no se permitía habitar en esa tierra de nadie que se ha llamado la Tercera España. «De mi pequeña experiencia personal, puedo decir que un hombre como yo por insignificante que fuese había contraído méritos bastantes para haber sido fusilado por los unos y por los otros», escribe en ese prólogo [se refiere al libro A sangre y fuego (1937)] luminoso y terrible.

El texto es una reflexión sobre el periodismo de su generación. Garmendia lo recoge del libro La vuelta a Europa en avión. Un pequeño burgués en la Rusia roja. En este texto Chaves Nogales transmite -así lo hacía él- la necesidad de que el periodismo y la literatura estén en prefecta asociación.

[NUEVO PERIODISMO]
1929

Esto de obra periodística, al no profesional, y aun a muchos profesionales, se les alcanza difícilmente. Para la gente, hay sólo el literato o el científico que escribe en los periódicos al que se respeta —se entiende por respetar el no leer—, y el antiliterato o anticientífico, es decir, el reportero, una especie de agente iletrado que acarrea noticias. Ésta es opinión, no sólo del vulgo, sino de hombres como Baroja, que establecía aquella injusta división de «periodistas de mesa» y «periodistas de patas». Esto acaso fuese cierto en el periodismo del siglo pasado, cuando los campos no estaban deslindados como hoy y en las redacciones había unos tipos de literatoides o politicoides que querían ser académicos o directores generales sin fuerzas para ello y navegaban al socaire del periódico, asistidos por unos pobres diablos menesterosos que les llenaban las hojas, aportando noticias redactadas con una prosa auténticamente vil que se retribuía con setenta y cinco pesetas de sueldo al mes y una especie de patente de corso. El periodismo no es esto. Parece mentira que aún sea necesario decirlo. Pero todavía, cuando se habla de virtudes periodísticas, la gente que es incapaz de aquilatarlas, piensa en virtudes embozadamente literarias, científicas o filosóficas. Y no es eso. Aquel buen hombre analfabeto que antes iba a los ministerios a recoger las notas oficiosas no tiene entrada hoy en las redacciones. Tampoco tienen nada que hacer los literatos y los hombres de ciencia al viejo modo, aquellos caballeros necios y magníficos que creían estar haciendo labor creadora o investigación seria cuando se sacaban artículos de la cabeza sobre todo lo divino y lo humano entre el reparto de una edición a los suscriptores y el cierre de otra. No se ha fijado bien la atención en lo incorrecto, lo incivil y antieuropeo que era el articulista clásico que todas las mañanas ponía el paño al púlpito y discurseaba a su albedrío. ¿Por qué? El nivel de la cultura media del lector de periódicos es el mismo del señor que hace los artículos. Imagínese lo grotesco que sería un tipo que por las mañanas se introdujese en nuestro despacho y, sin título ninguno para ello, se pusiese a hablarnos ex cathedra, hoy, del concepto de protectorado civil, mañana del problema de las deudas de la guerra, pasado mañana del moderno arte ruso. «¿ Usted por qué opina? —le preguntaríamos—. ¿Es que una elemental destreza verbal le autoriza para agraviar a unos cuantos miles de lectores que tienen por lo menos una cultura equivalente a la suya?». En definitiva, eran unos negros catedráticos que escribían para un público de negros. El público lector no es esa masa semianalfabeta a la que cualquier cosa que se le eche será buena. Sería curioso conocer la opinión del lector medio sobre ese señor articulista (Fulano, Mengano o Zutano) que todas las mañanas le mete por debajo de la puerta sus impertinentes prosas. Para ponerse a escribir en los periódicos hay que disculparse previamente por la petulancia que esto supone, y la única disculpa válida es la de contar, relatar, reseñar. Contar y andar es la función del periodista. Araquistáin en su viaje a las repúblicas americanas, Luis Bello en su visita a las escuelas de España, Álvarez del Vayo en sus frecuentes excursiones por el panorama espiritual de Centroeuropa, y algún otro, son claros ejemplos de este periodismo nuevo, discreto, civilizado, que no reclama la atención del lector si no es con un motivo: contarle algo, informarle de algo.
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