Periodismo literario (14)
MANUEL CHAVES NOGALES (Sevilla 1897-Londres 1944 )
Primeros pasos como periodista
Chaves Nogales reinvindica en este artículo a los escritores y periodistas que realizan su trabajo en las diferentes provincias españolas. Lejos de los brillos literarios de la gran capital nada reluce. Lo que no llega hasta Madrid no es reconocido viene a decir Chaves Nogales: En medio del fracaso de estas sugestiones centralistas, lo único que se salva en provincias es la obra de esos otros hombres que, desechando la atracción centrípeta, conforman su labor intelectual a un verdadero y amplio concepto de ciudadanía, ante el cual se ve, por el contraste, cómo la obra total del centro es una obra traducida, obra de típica provincia intelectual. Se desestima a esos hombres, por su falta de agilidad, de dinamismo; no se advierte, en cambio, que están poderosamente enraizados y que tienen una motivación clara y sucinta. Este artículo fue publicado en 1924 por los periódicos La Voz en Madrid y La Vanguardia en Barcelona.

Los escritores de provincias
1924
Días atrás, honrando la memoria del cronista de Granada don Francisco de Paula Valladar, dedicaba Fabián Vidal uno de sus más certeros comentarios a los oscuros y beneméritos patricios que allá en el fondo de las provincias españolas «se preocupan de cultivar el pequeño huerto florido del ayer, de desempolvar y descifrar viejos papelotes, de escribir las biografías de los grandes hombres que fueron gloria de la región, de recopilar leyendas, de recoger sucedidos históricos, de formar anales, de defender contra las injurias del tiempo y de los hombres las iglesias olvidadas, los castillos arruinados, las casonas de bellas puertas y complicados escudos de piedra, todo lo que perdura como testigo y legado de los siglos idos». Este elogio del escritor cortesano a los humildes escritores de provincias con ser tan cumplido, tan hondo y tan sincero, no debe bastarnos.

De buena gana yo tomaría estas palabras cordiales de Fabián Vidal como punto de partida para una campaña de revisión que diese el debido realce a la obra meritísima de esos hombres entre los que se hallan a veces los espíritus más refinados, más cultos y sutiles, perdidos, anulados en la indiferencia o el desdén de estas ciudades españolas que por no haberse encontrado a sí mismas, padecen aún la necia obsesión de buscar en el centro, en esta aglutinación amorfa de nuestro centralismo, su razón de ser. Y como ellos están vueltos de espaldas a toda esta simulación de tráfago intelectual que por aquí se hace, quedan abandonados aun por la misma ciudad de sus amores, que pone su ideal en minar el último gesto cortesano, aunque este mimetismo sea al fin lo más triste y ridículo de las actividades provincianas, lo más deleznable y más irremisiblemente condenado. En medio del fracaso de estas sugestiones centralistas, lo único que se salva en provincias es la obra de esos otros hombres que, desechando la atracción centrípeta, conforman su labor intelectual a un verdadero y amplio concepto de ciudadanía, ante el cual se ve, por el contraste, cómo la obra total del centro es una obra traducida, obra de típica provincia intelectual. Se desestima a esos hombres, por su falta de agilidad, de dinamismo; no se advierte, en cambio, que están poderosamente enraizados y que tienen una motivación clara y sucinta. Se les tilda de pobres de espíritu, y ya quisiéramos poner nosotros en nuestra obra la espiritualidad, la devoción, el misticismo, la abnegación que ellos ponen en la suya. El más oscuro de estos cronistas provincianos, el más ramplón de todos, infunde a su obra un amor y una honradez que son transparencia y luz para los verdaderamente inteligentes; el más rezagado, el de mayor pereza mental, da a su obra un valor documental, una emoción, que pocas veces se logra con las lucubraciones y las ingeniosidades cortesanas. ¿Dónde están, por otra parte, aquí en Madrid la espiritualidad, la aristocracia mental, el ambiente intelectual depurado? Ni en redacciones, ni en tertulias, ni en centros culturales se halla jamás la unción, el ambiente intelectual puro de las viejas provincias españolas, de esos Archivos municipales en los que un hombre paciente y cultivado cataloga sus papeletas o devana sus filosofías. Frente a esta visión de cultura neta y limpia, Madrid ofrece la confusión de sus ambientes literarios, sus promiscuaciones, su falta de valoración, su incapacidad para discernir.

Repasar las colecciones de periódicos y revistas, rebuscar en los puestos de libros viejos, es descubrir la absoluta falta de valor de esos novelistas de gran público, de esos cronistas brillantes que indudablemente tuvieron un momento —como éstos de ahora— en el que llenaron toda la actualidad y creyeron e hicieron creer que sus obras tenían una trascendencia y un valor intrínseco de que carecían.

A los puntos de la pluma acuden los nombres de este maestro de periodista, de aquel novelista insigne que fueron famosos un día y ya nadie les recuerda; pero ¿para qué citar con mengua sus nombres justamente olvidados, pese a la cordialidad de los supervivientes de aquellos fugaces éxitos, que quisieran hacerlos perdurables? Nada debemos a ninguno de estos hombres; no hay ningún joven que tenga nada que aprender de ellos; es a los otros, a los humildes escritores provincianos, a quienes por lo menos deberemos algún día la geografía espiritual de España. De ellos aprenderemos a distinguir los puntos cardinales de la espiritualidad nacional, hoy fragmentada y perdida en esos volúmenes descuidados y esos folletos mal impresos que removemos desdeñosos en los puestos de libros viejos.

En la próxima entrada se reproducirán textos de su segunda etapa y de la tercera en la república.
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