La empresa OpenAI, tras el susto irruptivo de la startup china DeepSeek, ha puesto en marcha un sistema de ayudas para investigaciones complejas llamado Deep Research para ser utilizado en ChatGPT. Sus creadores dicen que sintetiza datos de forma exhaustiva, precisa y confiable según reza la publicidad de la compañía. Está pensada para cuestiones que necesitan mucha elaboración pero que no precisan de una respuesta inmediata sino una especie de recopilación y ordenación de grandes cantidades de información para después exponer conclusiones con la apariencia de un racionamiento según los pasos que lA ha seguido para su elaboración. Deep Research parece muy útil en el ámbito académico especialmente para aquellos investigadores que sepan preguntar con precisión para después ser capaces de evaluar los resultados.

En diciembre de 2024, Gemini -la IA de Google- había lanzado también un ayudante para la investigación con igual nombre, Deep Research. Uno de los ejemplos que refleja en su publicidad, consiste en explicar cómo un trabajo de investigación complejo, que puede llevar horas de recopilación de datos y una posterior selección, es realizado por Deep Research de la siguiente manera: Bajo tu supervisión, Deep Research hace el trabajo pesado por ti. Cuando planteas tu pregunta, es capaz de crear un plan de investigación de varios pasos para que lo revises o lo apruebes. Una vez que lo apruebas, empieza a analizar exhaustivamente la información relevante de toda la web. Gemini dedica unos minutos a perfeccionar continuamente su análisis, navegando por la web como haces tú: buscando, encontrando información interesante e iniciando una nueva búsqueda basada en lo que ha aprendido. Repite este proceso varias veces y, una vez que lo ha completado, genera un informe exhaustivo con las principales conclusiones, que puedes exportar a un documento de Google. Está perfectamente organizado con enlaces a las fuentes originales, que te conectan con sitios web y empresas u organizaciones relevantes que de otro modo quizá no habrías encontrado, para que puedas profundizar en el tema con facilidad y obtener más información.

Estamos hablando de la IA desde el punto de vista de la investigación científica. Sin embargo, para el ámbito de la educación universitaria, el mal uso de estos agentes puede tener repercusiones negativas. Lo fácil es que que nos den realizados -sin demasiado esfuerzo- un discurso, una investigación, una recopilación de datos y conseguir unos resultados académicos más o menos aparentes. Como dice Isabel Rodríguez en Aceprensa -citando al profesor Timothy Burns– lo que no se ejercita se pierde.

Un estudiante para aprender debe hacer lo que tiene que hacer por si mismo utilizando las herramientas adecuadas pero que no sean sustitutivas de su propia elaboración. Como dice el profesor del MIT Carl Newport sobre cómo aprender a estudiar -antes y después- para ser excelentes en nuestro trabajo: “Cuando un experto exhibe su enorme habilidad en público, su conducta parece tan innata que cabe la tentación de atribuirla a un talento especial”, apunta Ericsson. “Sin embargo, cuando los científicos tratan de cuantificar ese supuesto talento innato… no encuentran ninguna destreza sobresaliente”. En otros términos, dejando de parte algunos casos marginales- como la altura en los jugadores de baloncesto, o la corpulencia en un futbolista-, los científicos no han sido capaces de hallar evidencias de que las habilidades naturales expliquen el éxito de los expertos. Lo que determina la excelencia es la acumulación de práctica deliberada [o sea estudiar y escribir ensayos], una y otra vez. Continúa diciendo Isabel Rodríguez que en su momento la escritura causó una sorpresa disruptiva igual que sucede ahora con la IA. El profesor José Ignacio Murillo explica que ya los filósofos griegos se plantearon las ventajas e inconvenientes de esa nueva tecnología: “El peligro que veía Platón era que, si la gente se confiaba en la escritura, perdería la memoria”. Continúa diciendo Rodríguez en su artículo que, “ahora lo consideramos una técnica importantísima para la formación cultural”. Javier Bernácer, neurocientífico del ICS, añade que, de hecho, “la escritura nos ayuda a memorizar más y mejor”. Continúa argumentando que en nuestro sistema nervioso se cumple una máxima: úsalo o piérdelo dice Bernácer. Si se delegan las funciones intelectuales y creativas en un algoritmo y no se cultivan de ninguna otra manera, estas capacidades se van atenuando. La inteligencia artificial, en lugar de ampliar y profundizar el pensamiento de los estudiantes, puede atrofiar sus mentes y disminuir su capacidad de pensar y razonar por si mismos. Es importante utilizar procesos automáticos para delegar en la IA, pero cuando ya se haya desarrollado dicha habilidad previamente.

Además, se debe evitar -dice Isabel Rodríguez- la presunción de que el texto elaborado por la IA [Timothy Burns] va a ser superior a cualquier cosa que un estudiante pueda redactar. No conviene engañarse: no es cierto. Esta dejación contribuiría a una homogeneidad ignorante y sin alma que está caracterizando a gran parte del mundo moderno. Es fundamental que la tecnología no diluya al individuo y que el uso que hagamos de ella sea personal, de tal manera que cada individuo sea reconocido por su propia aportación: que tu aportación sea tu aportación dice con claridad el profesor Murillo.

La creación artística e intelectual ennoblece y embellece nuestras vidas, ofreciéndonos una visión profunda sobre la condición humana. Entonces, surge esta pregunta clave por parte del profesor Burns: ¿realmente queremos dejar en manos de las máquinas nuestra capacidad de pensar, inventar, descubrir y redescubrir?
Una argumentación muy semejante, pero aún más profunda, la encontramos en el documento Antiqua et nova (enero 2025), Nota sobre la relación entre la inteligencia artificial y la inteligencia humana, publicado por la Santa Sede. El profesor de Filosofía del Derecho Josemaría Carabante ha realizado una magnífica síntesis de aquellos aspectos más importantes: Inteligencia es una palabra engañosa, advierten aludiendo a las enseñanzas del Papa Francisco, porque “el modo como se defina va, inevitablemente, a determinar la comprensión de la relación entre el pensamiento humano y la tecnología”. El objetivo esencial del texto es señalar que la inteligencia artificial [en sentido funcional] no puede confundirse con la inteligencia humana que es una facultad de la persona que se asienta en la propia corporeidad de cada ser humano: “La inteligencia humana refleja la Inteligencia divina que creó todas las cosas”, ya que la persona está hecha a imagen y semejanza de Dios. En tanto facultad, el intelecto es bueno y constituye uno de los cauces que posibilitan al ser humano “cooperar con Dios en guiar a la creación hacia el propósito al que Él la ha llamado”. La IA no tiene la riqueza de la corporeidad del corazón humano que es capaz de ir hacia la verdad y el bien. Por eso la Iglesia hace un llamamiento a la responsabilidad moral y al compromiso de todos los implicados en el desarrollo y uso de la IA. Como finalmente dice en su análisis el profesor Carabante: La actitud ante la IA no debe ser ni negativa ni apocalíptica; en realidad, no puede serlo puesto que “todos los logros científicos y tecnológicos son, en última instancia, dones de Dios” y, por tanto, existen muchos ámbitos en que la “IA puede defender la dignidad humana y promover el bien común”. A identificarlos se dedica la última parte –y la más amplia– del documento. […] Por otro lado, se ha empleado la IA para mejorar las conexiones sociales, lo que indudablemente contribuye a favorecer el encuentro entre personas, siempre y cuando se apueste por “fomentar relaciones auténticas, arraigadas en la empatía y en el compromiso leal con el bien del otro” y se aclare, especialmente entre los más jóvenes, que aunque las aplicaciones de la IA “pueden simular respuestas empáticas (…), no pueden reproducir la naturaleza personal y relacional” propia de los encuentros humanos.

En la reflexión final del documento se dice que es el momento para revalorizar todo lo que es humano y expresar con coherencia que la IA es tan solo una herramienta complementaria, importante pero únicamente una herramienta.
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