¿Se puede separar la persona del artista y el artista de su obra? Hace cien años que se publicó “Veinte poemas de amor y…”

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En 1924 se publicó por primera vez el libro de poemas Veinte poemas de amor y una canción desesperada de Pablo Neruda. Desde entonces, varias generaciones han identificado sus sentimientos, su pasión y su melancolía sobre estos versos. Si se emplea el vocablo amor o bien desamor para el caso, hay que precisar que se trata con más precisión de una fuerza desbordante que impide pensar al ser arrollada por las emociones. El deseo, también desbocado, se sitúa al frente de una pasión incontrolable y nunca satisfecha. La naturaleza, como se dice en Mundo Literario, es una metáfora, la gran metáfora que sirve para explicar cómo son las emociones frágiles e irrefrenables: En cuanto a la forma poética, Neruda utiliza una amplia gama de recursos literarios para enriquecer su poesía. El autor emplea metáforas y símiles para comparar el amor con elementos de la naturaleza, como el mar, las estaciones del año o las flores. Estas imágenes poéticas no solo embellecen el lenguaje, sino que también ayudan a transmitir la profundidad y complejidad de los sentimientos amorosos. Los veinte poemas están numerados al compás de la utilización de anáforas, metáforas y aliteraciones: Neruda utiliza la aliteración de la letra «s» en palabras como «tristes», «estrellas» y «rosa», lo que crea un efecto sonoro suave y melancólico que refuerza el tono triste del poema. Quién, en algún momento de la vida, no se ha servido de estos versos como cauce expresivo e identificador de los propios sentimientos, Puedo escribir los versos más tristes esta noche… para expresar la desesperanza o la crueldad lenta del olvido. La unión de los sentimientos con la naturaleza consigue crear una atmósfera envolvente, bella y muy reconocible, especialmente, en los primeros amores. Si no se consigue la unión que se desea surge la melancolía y la tristeza. En el momento en el que Neruda escribe estos versos, la sociedad chilena vive transformaciones de toda índole. Los vanguardismos, especialmente el surrealismo, llegan también y prestan sus novedades expresivas a Neruda, tanto en Veinte... como en otros libros posteriores. El enamoramiento que describe Neruda es pasional, cegador, avasallador y sexual. Tiene 18 años cuando lo escribe. Son tres mujeres, esencialmente dos, las que permanecen detrás de estos versos:  Los poemas 1, 2, 5, 7, 11, 13, 15, 17 y 18, son inspirados por “La muchacha de Santiago”, o sea, su compañera de estudios en el Instituto Pedagógico, Albertina Rosa Azócar Soto, hermana del poeta y novelista Rubén Azócar, uno de los mejores amigos de Neruda. Por su parte, los poemas 3, 4, 8, 10, 12, 14, 16, 20 y la “Canción desesperada”, son motivados por “La muchacha de Temuco”, Teresa Vásquez León (o Teresa León Bettiens). Este análisis de las musas no quita ni añade nada a los inmensos aciertos estilísticos del poemario. Pero la lectura se vuelve diferente al percibirse la descripción de las mujeres que se esconden detrás de cada poema. Nos sitúan a un Neruda más humano y más frágil: En carta escrita en febrero de 1924 por el joven poeta a su amada Albertina, por quien sentía un desenfrenado y loco amor, correspondido a medias por la juiciosa estudiante de pedagogía, le expresa entre otras cosas que siente un irrefrenable deseo de tenerte a mi lado, ahora mismo, o cuando ando —en las tardes— por el pueblo tan definitivamente triste…Y agrega¿Estudias? Yo nada. Estoy arreglando los originales de mi libro Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Hay allí muchas cosas para mi pequeña lejana…

Primera edición en 1924.

Hasta aquí todo lo analizado parece evidente, como de monografía estándar que estudia un conjunto de poemas. Sin embargo, cuando explicaba este libro a mis alumnos, reflexionaba también sobre el inmenso yoismo, casi narcisista y sin casi, en el que basa Neruda su relato poético. Especialmente me preguntaba en alto -¿cuál es la visión de la mujer que tiene Pablo Neruda en este libro? El clima en la clase se volvía distinto, un poco menos romántico. Más o menos así: Aunque el autor exalta el amor y la pasión, también se pueden apreciar elementos de dominación y posesión en sus versos. La figura de la mujer es idealizada y en muchos casos se reduce a un objeto de deseo. Esta visión de la mujer como objeto de conquista refleja los valores y las normas de la sociedad en la que vivió Neruda. Como siempre la culpa suele ser del patriarcado…

Su vida matrimonial, casado tres veces, continuó por el mismo camino: Pero en estos años, también se ha puesto en cuestión la relación de Neruda con las mujeres. Ormaechea [Neruda y su laberinto pasional (Sial Pigmalión, 2023)] describe: “Neruda era un mujeriego indomable. Entregaba el mismo verso a distintas mujeres. Las engañó a todas. Mientras estaba casado con la holandesa María Antonieta Hagenaar, se enredó con la millonaria argentina Delia del Carril veinte años mayor que él. Casado luego con Delia, tuvo una vida paralela con Matilde Urrutia durante unos cinco años”. Matilde Urrutia fue su última esposa.

Pablo Neruda en la foto de la izquierda con María Antonieta Hagenaar. En la del centro con Matilde Urrutia. La de la derecha con Delia del Carril.

Dos cuestiones biográficas le han hecho perder su emblemática primacía en la izquierda chilena. Por un lado, el abandono, como si no existiera, de su hija Malva Marina tras separarse de su primera esposa holandesa. Malva había nacido con hidrocefalia y murió en la pobreza durante la segunda guerra mundial. Hillary Hiner lo cuenta y lo comenta: La historiadora matiza que ni el abandono ni el maltrato a la discapacidad eran comportamientos inusuales en su tiempo: “Es consecuencia con la época. Muchos hombres no mantenían relación con su paternidad, eran ausentes”. En fin, el patriarcado de nuevo.

El segundo hecho de este desgaste es el relato que cuenta en Confieso que he vivido (1974 publicado póstumamente) de la violación de una criada tamil [casta de los intocables] cuando era diplomático en Sri Lanka (1929/1930). Estas son las palabras finales de su relato:  El encuentro fue el de un hombre con una estatua. Permaneció todo el tiempo con los ojos abiertos, impasible. Hacía bien en despreciarme. No se repitió la experiencia.

La polémica se desató en 2018 por la propuesta de poner como nombre Pablo Neruda al aeropuerto de Santiago de Chile. Los argumentos en contra, en pleno #MeToo, lo señalaban como un personaje polémico por los hechos relatados supra. A favor se dijo que no se puede juzgar con ojos del XXI lo que sucedió en la primera mitad del XX. La cultura woke no había penetrado aún en Chile con su fuerza canceladora y reescribidora de la historia. Pero la escritora Adriana Valdés argumenta a favor con un argumento que siempre está y estará en el centro del debate sobre si una “conducta personal intachable fuera requisito para leer y admirar escritores o pensadores, tendríamos que prescindir de gente como Rimbaud, Céline, Sartre, Lope de Vega, Verlaine, y para qué decir Oscar Wilde, Baudelaire, Rousseau, Heidegger…”. 

La cuestión no es fácil y se presta a manipulaciones. Muchas veces la carga ideológica sirve como indulgencia para rebajar la culpabilidad de los actos de un pensador, de un artista o de un escritor. Por ejemplo nos puede servir el caso de Rousseau. Recuerdo que en abril de este año publiqué una entrada sobre el libro de Alicia Delibes El suicidio de Occidente. En dicha entrada comentaba lo siguiente: Las razones de este proceso hay que buscarlas en la Revolución francesa, en Rousseau concretamente y en la educación europea del XIX. Rousseau, el mayor cínico de la historia según Delibes, ya que recibió una educación profunda y exquisita a través de la  lectura de  libros escogidos por su padre y, sin embargo, en sus propios libros se plantea que no hay que enseñar nada a los hijos en el sentido escolar, tratando de justificar el lamentable hecho de que había entregado a la inclusa a sus cinco hijos (los lamentables hechos se pueden leer en las Confesiones) convenciéndose de  que el estado les educaría mejor. No es un hecho, el abandono de sus hijos, muy conocido por aquellos que alaban a Rousseau como profeta iniciático de la pedagogía moderna. O bien puede servir como punto contrario lo que ha sucedido con Woody Allen ante la denuncia por abusos sexuales -hace tres décadas- de su hija adoptiva Dylan Farrow. Se investigó el tema pero nunca se le enjuició. Se le vuelve a acusar por la misma Dylan en 2014. Después: problemas para publicar sus memorias A propósito de nada, problemas para estrenar A Rainy Day New York (2019).

Woody Allen en 2020.

Es muy difícil dar una respuesta a este problema y mucho menos introducirse en el espinoso tema de considerar si es posible un concepto ético de la contemplación artística o del consumo de arte. Personalmente me siento de momento más identificado con el planteamiento siguiente: La documentalista Lucía Vasallo reconoce en Polanski un gran referente –en 2002 ganó el Oscar y la Palma de Oro en Cannes por El pianista–, “sin embargo, desde hace unos años, consciente de sus abusos, me cuesta ver su cine de la misma manera; es como un acto reflejo involuntario. Sin ser tan solemnes, la revisión histórica se da naturalmente, porque hemos cambiado la manera de percibir ciertas cuestiones”. El pasado que ha perdurado nos interpela en tiempo presente, “de lo contrario, no nos interesaría más allá del dato historiográfico –analiza el historiador, docente y ensayista Sergio Pujol–, pero no podemos desconocer los contextos epocales. Por ejemplo, resulta ridículo descartar buenos tangos porque sus letras eran machistas, o cuestionar los modos de representación del amor romántico en las viejas comedias de Hollywood. Con ese criterio, deberíamos desechar El mercader de Venecia, por su evidente contenido antisemita.

Roman Polanski en 2020

Y por supuesto también me identifico con este análisis de Luis Daniel González al comentar este tema a propósito de la narrativa para jóvenes: Y, aunque sea cierto que “una crítica responsable debe afrontar sin ambigüedades la locura, el vicio y la evidente falsedad de bastantes de nuestros presuntos amigos narrativos” , y aunque la virtud es virtud y el vicio es vicio en todas las edades y para todas las gentes (excepto para unos cuantos locos), es importante no perder de vista que la insistencia en un cierto bien y la tolerancia relativa de un cierto mal cambian. Del mismo modo que un rey medieval toleraba castigos crueles y un gobernante actual tolera especulaciones irresponsables, los libros y los lectores de distintas épocas y ambientes difieren en las proporciones de lo que aceptan o rechazan, y sus juicios éticos ponen el énfasis en distintos sitios (y por cierto tal vez sea esta la razón principal de que unos libros mejoren y otros empeoren con el paso del tiempo). Ahora bien, “el hecho de que ninguna narración sea buena o mala para todos los lectores en todas las circunstancias no tiene por qué estorbarnos en nuestro esfuerzo por descubrir lo que es bueno o malo para nosotros en nuestra condición aquí y ahora”. Totalmente de acuerdo.

 

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