«La guerra es la salida cobarde a los problemas de la paz»

Las imágenes son de la guerra de Ucrania. Pero la imagen vale también para España en agosto 2025.
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Tengo un amigo que tiene una casa en Miraflores de la Sierra (Madrid). La casa está en la zona más alta del pueblo . En los días claros se distingue, si se mira a lo lejos, Madrid con toda nitidez. Sus torres más altas y su inmensidad territorial. Al mirar a media distancia lo que se ve es la torre vigía de la cárcel de Soto del Real. En las noticias suele salir nombrada con frecuencia: políticos que entran, políticos que salen, algunos que vuelven a entrar y otros en lista de espera. Si se lanza la mirada hacia abajo , mirando la pendiente, se contempla la ladera hasta la carretera. En esta tercera observación me acuerdo, algunas veces, de la vertiente nevada de 360º que describe Thomas Mann en La montaña mágica. No había sitio para cementarios. Se llevaban a los que fallecían a la vecina Davos. Sin embargo, el recuerdo de la novela por mi parte no es morboso. La lectura de la novela es una experiencia impresionante. En 2024 se han culmplido cien años de su publicación. La frase inicial de la entrada aparece en esta novela de Mann. Todo un recuerdo para las negociaciones de la guerra de Ucrania que se celebran estos días.

Davos, Grand Hotel Belvédère y Waldsanatorium, en 1930

En 1929, Mann pronunció una conferencia en la Universidad de Princeton. Les dijó a los estudiantes lo siguiente: «En 1912, hace casi una generación, y si hoy usted es estudiante ni siquiera había nacido, mi esposa [Katia Mann, de soltera Pringsheim] enfermó de una afección pulmonar no grave, pero que la obligó a pasar medio año en la alta montaña, en un sanatorio de la ciudad balneario suiza de Davos. En ese tiempo, me quedé con los niños en Múnich y en nuestra casa de campo en Tölz an der Isar; pero en mayo y junio de ese año visité a mi esposa y pasé con ella allí unas semanas. Si ustedes leen el capítulo al comienzo de La montaña mágica, que describe “La llegada”, donde el huésped Hans Castorp recibe las primeras impresiones del lugar: la cena en el restaurante del sanatorio, los primeros sabores de la excelente cocina del Berghof, y también el ambiente del lugar y la vida “aquí arriba con nosotros”, si ustedes leen ese capítulo, tienen una descripción bastante precisa de nuestro reencuentro en aquella atmósfera que me asombró, y mis propias impresiones de entonces».

A partir de ese momento Hans Castorp, el protagonista de la novela, va describiendo el sanatorio. En realidad no está enfermo pero se pasa siete años en el lugar. Vive como un enfermo y se siente incapaz de vivir en la llanura como llama Mann a todo aquello que no es Davos. Siguiendo el artículo de José Manuel Grau, director de Nueva Revista, sobre la novela de Mann, este les dice, también, a los alumnos de Princeton que la novela hay que leerla dos veces. Quizás pensando en el esfuerzo que le costó escribirla, terminarla y publicarla. Doce años fueron necesarios hasta el final de 1924. Como dice José María Carabante: Al parecer, Thomas Mann no tuvo en mente una novela tan larga cuando pensó en una narración que transcurriera en un sanatorio de alta montaña. Con un cuento parecía bastar. Pero se le fue la mano y ahí tenemos un libro casi inacabable, de más de mil páginas, repleto de consideraciones y preguntas, pero en el que, cabalmente, no sucede nada. Con todo, es como un cofre sin fondo y misterioso: caben en La montaña mágica la muerte, el amor, la guerra, la amistad, las ideologías, la religión, el pasado… Se ha dicho, al respecto, que es una obra sobre el tiempo. Pero acaso sea más preciso decir que versa sobre la eternidad, pues en los Alpes, adonde el joven Castorp acude para visitar a su primo tuberculoso, no existe movimiento alguno y los días pasan monótonos, como un magnetofón repitiendo incansablemente una idéntica melodía. Al final de la novela se nota que el tiempo ha pasado y que el protagonista ya no tiene la misma edad. Al principio Castorp piensa según el relato: No tenía la intención de tomar este viaje particularmente en serio, de dejar que afectase a su vida interior. Más bien pensaba realizarlo rápidamente, hacerlo porque era preciso, regresar a su casa siendo el mismo que había partido y reanudar su vida exactamente en el mismo punto en que había tenido que abandonarla por un instante.

Pero despés de los siete años en Davos, acaba luchando en la primera guerra mundial. Una guerra siempre inexplicable, inesperada y terriblemente cruel. Un poco antes del final del libro, y tras unos brevísimos relatos como soldado en el frente, se lee: ¡Adiós, Hans Castorp, ingenuo niño mimado por la vida! Tu historia ha terminado. Hemos terminado de contarla. No ha sido breve ni larga; ha sido una historia hermética. La hemos narrado por ella misma, porque era digna de ser contada, no por ti, que eras un muchacho sencillo. Aunque, después de todo, es tu historia, tu peripecia; y si te ocurrió será porque algo había en ti, y no negamos la simpatía pedagógica que te hemos tomado mientras la contábamos… la misma que ahora nos mueve a secarnos muy suavemente el lagrimal con la puntita del dedo al pensar que nunca volveremos a verte ni a saber de ti en el futuro.

Tres razones ofrece Carabante para leer este libro. La primera es que es una buena novela para comprender el periodo de entreguerras, la segunda entender la esencia del tiempo y la tercera ser testigo de la maduración interior del protagonista. Una novela inciática pues. Como dice Grau -citando el ensayo de Walter Jens (1923-2013) acerca de este libro- hasta que Castorp percibe que en realidad el sanatorio, entre relaciones y conversaciones cultas, es en realidad un lugar sombrío, y aunque «venerado como el Olimpo de los inmortales», allí «en realidad a menudo se moría miserablemente, en cuartos traseros, o después de un último baile atrevido, o en el suelo de parqué del gran hotel, o en un banquete o en el tren de camino a casa, en la llanura».

En el Real Sanatorio de Guadarrama estuvieron Alberti, Machado y Camilo José Cela.

Como dice el profesor Carabante es uno de los grandes libros y cuando se utiliza esta denominación el lector se posiciona entre el amor o el odio hacia el libro. Mann estaba dominado por grandes conflictos interiores y exteriores que intentaba resolver como puede comprobarse en varias de sus obras maestras.

La familia Mann con cinco de sus seis hijos. Todos de un talento excepcional pero con una vida complicada.

En palabras de Carabante: ¿Qué conflictos nos asolan? ¿Qué demonios gritan en lo más profundo? Hay, en primer lugar, una siniestra hostilidad entre lo más alto y lo más bajo, entre las pulsiones más salvajes y el espíritu, entre lo que nos abaja y aquello, en fin, que nos encumbre. He ahí, nos viene a decir Mann, el sino del hombre. […] A pesar de lo extensa que es, esta obra de Mann contiene más interrogantes que respuestas. Y es recomendable acercarse a ella para conocer las dificultades que nos constituyen tanto como ese mundo lleno de disputas y pesadillas. Un mundo, además, que es inflamable [lo estamos comprobando] como el nuestro y tan kafkiano como todo lo que hoy nos rodea. [con un poquito de noticias en agosto 2025 es suficiente].

Incendio en España: agosto 2025.

Salvo si uno es alumno de Princeton, la novela no hay que leerla dos veces, pero sí, en cambio, hacerlo despacio, disfrutando de un estilo que hace todo lo posible por tender a la perfección.

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