La soberbia, el egoísmo y el orgullo distancian a la persona de su entorno. No se quiere escuchar.Se cierran las puertas al diálogo pensando que el “otro” nada me puede aportar. El comienzo de la soledad se retroalimenta a través del orgullo. La soberbia solo engendra enemigos o “amigos” que en realidad te odian pero no tienen más remedio que aguantarte porque eres tú él que te impones en una empresa o en una familia. Es una forma de empezar a estar solo, porque has empezado a huir de los demás encerrándote prisionero en tu propia torre de márfil. Más o menos lo que dicen estos versos de Lope de Vega: A mis soledades voy,/de mis soledades vengo,/porque para andar conmigo/me bastan mis pensamientos .

La bibliografía sobre el concepto de soledad no deseada ha aumentado considerablamente en estos últimos años. Carlos Chiclana y Amaya Ocaña han escrito en Nueva Revista un magnífico artículo titulado De la soledad no deseada a la identidad personal. En primer lugar, es necesario recorrer la semántica desde el vocablo soledad hasta el descriptor soledades. La soledad puede ser buscada por cada persona como una soledad deseada: retirarse para rezar, para pensar o para recuperarse de una vida demasiado agitada y estresada que necesita una parada para encontrarse a solas con uno mismo. Pero hay soledades que producen problemas más serios: La soledad social expresa una falta de integración en la comunidad; el aislamiento geográfico, que hace referencia a la distancia física con respecto a otras personas, frecuente en entornos rurales o poco poblados; la soledad psicológica, que surge cuando alguien queda atrapado en pensamientos autorreferenciales que refuerzan su desconexión; y la soledad emocional, que se caracteriza por la dificultad para compartir la intimidad y mostrarse auténtico ante otros. Cuando alguien se siente abandonado por las instituciones se habla de soledad institucional y cuando siente que no tiene relaciones emocionales y de intimidad —ya sea de amistad o de pareja— podría denominarse soledad afectiva. Puede hablarse de soledad existencial cuando hay una pérdida de sentido vital y una desintegración del yo y desconexión de uno mismo respecto de los demás. No obstante, el verdadero trabajo psicológico personal ayuda a que las personas puedan ser capaces de conectar consigo mismas, integrar los diversos yoes de su persona y adquirir sentido en su ser y en su obrar. Hay una parte del yo que necesita de esta soledad existencial donde encuentra su autenticidad, la verdad sobre sí y la consecuente posibilidad de trascender, porque para salir hacia los demás es necesario estar dentro, y para darse es preciso tenerse.

Es evidente que los factores inviduales son los causantes de las circunstancias que conducen a la soledad no deseada. La pobreza, el aislamiento inmigrante, la edad avanzada, vivir solo, sentirse excluido aunque no sea cierto. Hay una soledad online de quienes así se relacionan. Helena Farré Vallejo lo expresa de forma adecuada con estas palabras: La gente sigue queriendo encontrar el amor, pero puede que el camino para ello ya no pase por una aplicación de citas. Cansados de la “gamificación” del romance y la dependencia de un algoritmo, más y más usuarios borran sus perfiles de estas plataformas y buscan pareja fuera de Internet, a través de matchmakers (los antiguos casamenteros) y de eventos y espacios planteados para ello. Tal vez, el mundo de las citas esté viviendo una “involución revolucionaria”: volver al cara a cara.

El individuo, en su propia vida, necesita encontrar su identidad que se va formando a través del entorno donde se suman ideas, opiniones y circunstancias. Las ideas se forman al escuchar y compartir pensamientos y opiniones con otros. Nos impide el aislamiento. No estamos solos cuando compartimos con otros. Como dice Alfonso Aguiló la identidad no es algo que nos limite sino que soluciona el asilamiento a través de la propia identidad: Debe ser una búsqueda natural, sin caer en el mimetismo, pero tampoco en el otro extremo de la constante singularidad. Este asunto requiere una especial atención para no acabar cayendo en un aislamiento opinativo que acaba degenerando en extremismos solitarios: Huye de los totalitarismos y las ideologías cerradas, estar en desacuerdo no implica estar desunidos. Busca lo que te une con el otro.
Según comentan Chiclana y Ocaña la publicidad se basa en conseguir que un individuo consuma y disfrute “procura solo tu bienestar” le susurra al oido, hasta acabar solo en su propia soledad. Toda una paradoja. Puesto que identidad personal y soledad están intimamente relacionadas. Como siguen explicando los autores, el problema consiste, entre otras posibilidades, en pensar que uno está solo porque se siente culpable, porque hizo algo mal y como consecuencia nadie le quiere ni le puede querer. Las heridas deben convertirse en aprendizaje. Mirar a la persona afectada. Decirle con la mirada: -tengo todo el tiempo del mundo para ti.Te estoy viendo y te veo: vales mucho más de lo que crees.¡No estás solo! Hay personas que pueden convertirse en conectores sociales capaces de interactuar contra la soledad de los solitarios: Estas personas conectoras están en las farmacias de calle y en los centros de salud, en bibliotecas, parroquias, comercios, gimnasios y asociaciones. Cualquier persona puede convertirse en un conector social, si está atenta a quienes la rodean.
Por último, se nos ofrecen algunas ideas para evitar la soledad: Si la reunión puede ser presencial, mejor que online, cultiva la hospitalidad, atiende a las personas de tu alrededor, pide perdón, perdona, y déjate perdonar. No te pierdas relaciones por orgullo o soberbia [punto clave para la antisoledad], da las gracias, mantén vivos los vínculos y relaciones familiares, de vecinos, laborales, de asociaciones, clubes deportivos, comunidades parroquiales, busca lo que te une con el otro, no saques el móvil cuando se está hablando en una tertulia, etc.
El artículo es magnífico. De necesaria lectura. Conviene intentar seguir sus consejos antes de acabar sufriendo sin ningún sentido o bien acabar en la consulta de un médico.
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