Mirando hacia atrás con ira (1959) es una película basada en la obra de teatro de John Osborne (Look Back in Anger) que se desarrolla en la sociedad inglesa de los años inmediatos a la segunda guerra mundial. En un apartamento, conviven un matrimonio Jimmy (Richard Burton), su esposa Alison (Mary Ure) y una amiga de Alison, Helena (Claire Bloom). La atmósfera de la película se hace irrespirable con la amargura y la frustración de Jimmy que no puede conseguir un trabajo estable y acorde con sus habilidades como trompetista de jazz y sus estudios universitarios. Su ira y su agresividad asfixian poco a poco la convivencia. A punto de comenzar la última decena de junio, he comprobado que algunas noticias de la actualidad política me irritan profundamente. Están consiguiendo que mis pensamientos y mis palabras dejen al descubierto lo peor de mí mismo. Observo, también, que a mi alrededor a muchas personas también les sucede.
Es lo que se entiende como polarización política. Mariano Torcal, Catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad Pompeu Fabra distingue (Las mañanas de RNE 2021) dos tipos de polarización: Está la ideológica y la afectiva. Las dos han aumentado. La razón fundamental por la que ha aumentado la segunda, la más peligrosa, es porque el discurso político entre los actores se ha instrumentalizado apelando a elementos identitarios básicos llenos de adjetivos descalificadores del enemigo político. Se ha reducido al nosotros frente a ellos sin buscar puntos de encuentro. En 2023 Torcal publicó un ensayo De votantes a hooligans sobre la polarización afectiva que ha ido en aumento progresivo hasta el punto de que puede colapsar la democracia, según su diagnóstico. La polarización afectiva hace casi imposible cualquier tipo de entendimiento y colaboración entre los actores políticos. Para rebajar la tensión me he acordado de este libro de Lovasik, Lawrence G. (2014): El poder oculto de la amabilidad. Lovasik analiza la amabilidad como una fuerza transformadora para cambiar un mundo ingrato incluido el de la política. Para adquirir una actitud amable propone lo siguiente: evitar juzgar a los demás, controlar la ira, y no tener pensamientos negativos. En sus propias palabras: Del mismo modo que el amor de una madre atrae el corazón de su hijo como un poderoso imán, así la persona verdaderamente amable ejerce una poderosa influencia benéfica sobre los demás. Solo una persona amable es capaz de juzgar a otra con justicia y disculpar sus debilidades. Los ojos amables distinguen los defectos, pero no se fijan en ellos: su mirada es la de una madre benévola que juzga a su hijo querido con más indulgencia y, al mismo tiempo, mejor de lo que haría un extraño”. Lovasik aconseja hablar también con palabras amables en un tono calmado: No hay mayor fuente de conflicto que el mal uso de la lengua. Cuando está espoleada por la ira, el orgullo o la falta de caridad, la lengua del hombre tiene la capacidad de convertirse en un instrumento sumamente afilado e hiriente. Su estricto control puede acabar con las fricciones y evitar problemas.
La agresividad en el lenguaje lleva a un comportamiento presuntuoso de querer parecer más de lo que uno realmente es y acabar convirtiendo al agresor en impostor: Presumir es una forma de mentir. Eres presuntuoso si aparentas ser lo que no eres para impresionar a los demás, para darte importancia o para suscitar admiración. Se trata de una manifestación de vanidad. O bien exageras tu posición o tus logros, o bien te inventas cosas sobre ti mismo que causen una impresión favorable. Es presuntuoso convertir a una persona importante a quien solamente conoces en un amigo íntimo, o alardear de un pasado brillante en buena medida ficticio, o mencionar constantemente nombre de personas influyentes cercanas a ti.
Las palabras dichas con ira son agresiones que no se borran. Dejan el corazón helado. La ira tiene muchas formas: En ocasiones, la ira se expresa silenciosamente bajo la forma de un hiriente sarcasmo. Eres sarcástico cuando, llevado por la cólera, exageras con ironía las virtudes de otro (tú, por supuesto, eres incapaz de equivocarte); o cuando simulas una compasión excesiva hacia ti mismo (siempre soy yo el que tiene que ceder); o cuando te refieres mordazmente a lo que tienen otros y a lo que podrías tener tú si no te ataran tu familia o tu trabajo (aquí todo el mundo tiene algo que decir menos yo, que soy un esclavo). Pocas cosas hay capaces de hacerte tan desagradable como una autocompasión sarcástica.
En definitiva, parafraseando al inolvidable Solzhenitsyn cuando decía que la mentira nunca se abriría paso con su ayuda, tampoco tendrá mi ayuda el exclusivismo político y la cancelación del debate.
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