El discurso actual de la felicidad es yo, yo, yo…

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La imagen de esta entrada es un recuerdo para los mil cuatrocientos muertos por el terremoto en Afganistán (2 de septiembre 2025).

Las empresas dedicadas al desarrollo personal cada vez tienen un mayor peso económico y una mayor visibilidad mediática. Sin embargo, este continuo bombardeo para mejorar la nutrición, el comportamiento, mindfulness no parece traducirse en felicidad y bienestar.

Como dice Helena Farré Vallejo: Registra tu progreso, cuenta tus pasos, anota las horas de sueño, retoca tu dieta, observa tus pensamientos negativos, apúntalos. Después analiza, cambia, repite. Serás feliz. Sin embargo, el consumo de ansióliticos y tranquilizantes sigue aumentando. La felicidad del yo,yo,yo no conduce a la felicidad sino a al desencanto y a la frustración : Más bien, todo lo contrario. España y Portugal encabezan la lista de la OCDE –según datos de 2020– como países con mayor consumo de ansiolíticos y sedantes. Un consumo que, además, se inicia con una edad cada vez más precoz: según el informe ESTUDES 2021,  los tranquilizantes figuran entre los adolescentes españoles como la cuarta droga más consumida. Pero esta tendencia no es exclusivamente española ni viene de los últimos quince años. Aunque la comparación entre países sea difícil debido a los diferentes sistemas sanitarios y a la peculiar recogida de información, también en el resto de Occidente se ha registrado una tendencia al alza en el consumo de estos psicotrópicos en todos los rangos de edad. Basta con observar la epidemia de opiáceos en EE.UU. o el incremento de dosis diarias en los últimos años en varios países europeos, como Croacia o Grecia, para reconocer que estamos ante un problema generalizado.

La felicidad -así deseada y así percibida- se convierte en un objeto de consumo. De tal manera que ese falso perfeccionismo conduce a un exceso de estrés. la felicidad no llega. Lo que si llega es un bajón de ánimo. Pesimismo. Como dice la ensayista Roca Barea: “el ser humano está hecho para la dificultad, y es más virtuoso y más feliz superando dificultades”. O como dice Farré Vallejo al final del artículo: Es decir, tal vez, en medio de tanto discurso narcisista, la felicidad no esté exclusivamente dentro de nosotros mismos, tal y como nos quieren hacer creer, sino que se encuentra en gran medida fuera. En el otro. Ayudando a los demás, haciendo voluntariado, conociendo a personas vulnerables nos vamos acercando a la felicidad auténtica. El yo se olvida.

Narciso, de Caravaggio.

Pero no hemos hablado del fracaso, del temor al fracaso que, en el fondo, mueve gran parte de la próspera industria del éxito. Nos lo cuenta Josemaría Carabante: La potencia epistemológica de la humildad la explora, conjugando amenidad y profundidad, el filósofo rumano Costica Bradatan en un reciente ensayo con un título contundente: Elogio del fracaso (Anagrama, 2025), donde propone una terapia de choque para curarnos de los males, menos livianos de lo que suponemos, que han causado en nuestro interior las cantinelas de la competitividad o la productividad y los numerosos libros y pódcast de desarrollo personal.

Aprender del fracaso para ser feliz en el éxito.

Bradatan considera que aceptar el fracaso abre nuestra actitud para entender a los demás. Nos hace comprender cuál es nuestro lugar en el mundo. Somos seres vulnerables y los demás también lo son. ¿Pero de que fracaso estamos hablando?: La obstinación por el éxito profesional nos lleva hasta la extenuación o a remozar fraudulentamente nuestro CV; nuestro interés por el triunfo económico, a vivir por encima de nuestras posibilidades; y las ansias de celebridad, a comprar seguidores en las redes y a conducirnos estrambóticamente solo para epatar y llamar la atención.

No obsesionarse con el éxito profesional.

Bradatan insiste en un tema muy importante para el sistema democrático occidental. Los totalitarismos quieren resolver los fallos del sistema democrático con utopías que, tarde o temprano, nos van acercando a un nuevo Auschwitz.

Totalitarismos en blanco y negro, pero muy cercanos al color de la actualidad.

Advierte el profesor Carabante que las tesis de Bradatan pueden malenderse y, por tanto, conducir a tristes nihilismos. O por el contrario sirven para redirigirnos hacia la felicidad: Pero hay otra igualmente defendible. El fracaso de nuestros planes, las frustraciones existenciales, nuestra repentina incomodidad, conforman una suerte de indicio para revelarnos que estamos en el mundo, pero que no pertenecemos a él por completo. El cumplimiento de los sueños y la satisfacción de nuestros anhelos son, irónicamente, también limitaciones y rémoras. Somos más que lo que sugiere una carrera profesional, una cuenta bancaria o las titulaciones obtenidas.


Helen Ward: “Las futbolistas no deben sacrificar su carrera para ser madres”.

Los tambores que suenan de fondo en este libro quieren evitar la crisis antropológica generada por el endiosamiento pelagiano del hombre [o sea la creencia herética de que somos capaces de salvarnos sin la ayuda de Dios]. Un tema tan interesante como este necesita otra entrada para comentarlo.

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