Jul,10 2024—por JGP
Me contaban que un profesor de la asignatura Redacción periodística consideraba que la redacción de una noticia debía parecerse a la redacción administrativa que encontramos en el BOE. Sin embargo, el periodismo y la literatura se unen en la retórica. Por ejemplo, y todavía en papel y sin ánimo exhaustivo, encontramos las siguientes firmas en diarios de tirada nacional. EL MUNDO: Antonio Lucas, Jorge Bustos, Emilia Landaluce, Arcadi Espada, Raúl del Pozo, Maite Rico, Andrés Trapiello. En el ABC: Ignacio Camacho, Ignacio Ruiz-Quintano, Juan Manuel de Prada, Luis del Val, Karina Sainz Borgo, Pedro García Cuartango, José E. Peláez, Fernando Iwasaki, Lorenzo Silva, Ramón Palomar. En El País: Elvira Lindo, Irene Vallejo, Ana Iris Simón, David Trueba, Leila Guerriero, Javier Cercas, Juan José Millás, Rosa Montero, Ignacio Peyró, Lola Pons, Manuel Jabois, Carlos Boyero.
La Teoría de la Comunicación ha intentado separar el fenómeno periodístico del literario. Al mismo tiempo, un numeroso grupo de escritores y estudiosos consideran que el periodismo es una herencia de la Literatura que, a pesar de su profesionalización, se manifiesta como una realidad multidisciplinar y plural. Entre ambas posiciones Martínez Albertos (1930) piensa que nos encontramos ante dos actividades paralelas y, paradójicamente unidas.
El contexto actual sitúa a los periodistas como reivindicadores y defensores de su actividad profesional, al tiempo que miran como intrusos a la cohorte de literatos, intelectuales, opinadores, tertulianos y profesores que aterrizan diariamente sobre el universo mediático. Este heterogéneo conjunto de “intelectuales”, en sentido amplio, quiere, como sucedió ya en los periódicos del Novecentismo y más tarde en los de la Segunda República, crear opinión desde todas las posibilidades mediáticas, especialmente desde la prensa diaria. El escritor, ya desde el 98, no quiere ceñirse a la escueta tirada de un libro, si de verdad quiere hacerse oír. Es más, para un escritor colaborar en la prensa diaria o participar en otros medios de comunicación, supone vender mejor sus libros. En resumen, se pretende, por un lado, tener una buena remuneración en un periódico y, por otro, aumentar la popularidad como escritor. Por supuesto, el periodista no va a ser menos en este negocio publicitario, y aprovecha también su fama mediática para escribir y vender libros.
Juan Gil señala que el punto de inflexión de la polémica entre periodismo y literatura está en el fenómeno del nuevo periodismo y de los “nuevoperiodistas”, que consiguió, desde los años sesenta, volver del revés la vieja preocupación de los teóricos del periodismo acerca de no informar subjetivamente sobre hechos reales (no confundir opinión con información).
El nuevo periodismo fue un género novedoso que pasó del periódico a las editoriales como libro ¿o fue, por el contrario, al revés? Como dice el propio Gil los hechos dejaron de ser sagrados y se mezclaron con las opiniones, superando los postulados del periodismo informativo, como en el literary journalisrn norteamericano. En el punto absolutamente opuesto se sitúa Arcadi Espada quien desvincula, sin paliativos, periodismo de literatura. Los literatos no pueden decir que el periodismo no es literatura: sólo puede ser pronunciado este concepto por los periodistas. Como dice Espada, el texto no puede ser una dificultad, puesto que en otras profesiones también se trabaja con la palabra y nadie llama literatos a abogados, historiadores, sociólogos. Tampoco convence a Espada el uso estético: al fin y al cabo todos los que escriben intentan regirse por el orden y la claridad. En definitiva, según Espada, periodismo y literatura se diferencian por la ley inexorable de la fidelidad a los hechos.
Sin embargo, las barreras fronterizas entre periodismo y literatura, a pesar de estos argumentos de Arcadi Espada, son confusas, entre otras razones, por el concepto excesivamente canónico de literatura. Chillón (Chillón, A.(1999): Literatura y periodismo, Una tradición de relaciones promiscuas. Barcelona. Bellaterra. UAB) argumenta que en el centro del problema se encuentra la naturaleza misma del lenguaje. Para Chillón confinar la literatura al ámbito de la ficción no es sostenible: el ensayo y sus ramificaciones son también plenamente literarias. Tras el fenómeno del “nuevoperiodismo”, prosistas cercanos a la novela, historiadores, antropólogos, sociólogos y psicólogos han explorado de forma expresiva territorios propios de la narrativa literaria. Como dice Chillón, no hay un lenguaje propio para la ficción y otro distinto para reflejar la realidad. Literatura y periodismo operan con el mismo lenguaje y con la misma capacidad creadora: “son poseedores y poseídos por la misma dinámica de la ficción”. Arcadi Espada , sobre este punto, señala como abusiva la presencia de la ficción como recurso periodístico. Considera que es un elemento desvirtuador exagerado y engañoso para el lector, aunque entiende el atractivo que la novelización periodística pueda tener: se hace la ilusión de entender mejor los hechos (aunque esa ilusión, según Arcadi, es “perfectamente falsa”). Como contrapunto de Espada, Chillón dice que la distinción entre lenguaje literario y lenguaje práctico o estándar es también engañosa. Y lo que es más importante: supone una perversión para comprender la naturaleza misma de la comunicación periodística, como si hubiera un lenguaje para la objetividad y otro para la literatura, como si no se aceptara la auténtica realidad retórica del lenguaje. Para Chillón estilo y contenido son inseparables. El estilo dirá Chillón -recogiendo reflexiones de Flaubert- es en su totalidad una cosmovisión creativa: El lenguaje no es simplemente un instrumento con el que pueda darse cuenta de una realidad presuntamente independiente de él, sino la manera presuntamente en que todo individuo experimenta la realidad […] El estilo ya no será más, a partir de Flaubert, ni ornamento epidérmico ni simple recurso para cautivar al lector, sino una manera presuntamente en que todo individuo experimenta la realidad. Este concepto de estilo nos permite constatar que en realidad no hay un estilo auténticamente periodístico, informativamente neutro, instrumental, sino varios estilos periodísticos que construyen o van construyendo la realidad representada. No se puede hablar pues, desde los manuales, de una preceptiva estilística. O sea no existe, a la hora de informar, un estilo “periodísticamente correcto”.
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